Pertenezco a esa generación de niñas que disfrutaron de los últimos coletazos de la vida de Nancy. Antes de que una pilingui peliteñida de medidas extremas, llamada Barbie, la hiciera desaparecer del suave mundo infantil.
Mi madre disfrutaba viendo cómo jugaba con mi Nancy, hasta unos días antes de mi noveno cumpleaños, cuando dije:
- Mamá, quiero a Lucas para mi cumpleaños.
- ¿A Lucas? Pero… ¿para qué quieres a Lucas? Si no puedes peinarle, ni ponerle vestidos, ni nada, ¿para qué quieres a Lucas?
Yo sólo quería a Lucas para que pagara las facturas de Nancy, para que la acompañara al cine, para que le regalara flores…esas cosas que se suponía que hacían los novios. Si mi madre le preguntara a una niña de 9 años ahora que para qué quiere a Lucas y después le regalara toda la colección de muñecas Nancy del mercado seguro que la niña le decía un día “Mamá, ya no quiero a Lucas, Nancy se ha hecho lesbiana”. Pero yo no. Yo sólo quería a Lucas.
Mi madre pertenece a aquella generación de mujeres que pasaron de sobrellevar una juventud opresiva; donde información sexual era libertinaje, estudio privilegio y la Santa Madre Iglesia un pilar básico, a sobrellevar como mejor supieron el despegue social de sus hijas; sin saber muy bien hasta dónde ni cómo informarles, hasta dónde permitir, hasta dónde preguntar. Por eso no estaba dispuesta a poner en manos de su hija de 9 años al supuesto novio de su muñeca preferida. Ni hablar. Nancy y punto.
Así que me pasé 2 años pidiendo a Lucas; para mi cumpleaños, para Reyes, para Papá Noel…y terminé con la Nancy Cumpleaños Feliz, la Nancy Oriental, la Nancy Negra…todas las Nancy, menos Lucas.
Un tiempo después llegó Barbie. A mi personalmente no me hizo mucha gracia; muy tetuda, con pinta de repipi, las piernas torneadas, bronceada, rubia platino… yo prefería a Nancy. Pero claro, había que estar a la última. Así que pedí una Barbie.
Por aquel entonces ya empezaba a desarrollar una sutil astucia femenina, que me llevó a mirar de soslayo la estantería de Ken. Como quien no quiere. Pero yo sólo pensaba cómo vengar la falta de Lucas. Así que un día, decidí camelarme a mi tía, a espaldas de mi madre. Le puse ojitos, le acaricié el pelo, ronroneé… y salí de la tienda con Ken entre mis dedos…la justa venganza.
Mi madre comprendió que su hija había crecido. Sus habilidades para la manipulación, soborno, extorsión y artimañas a la espalda se estaban preparando para la supervivencia en la vida.
Ken no me gustaba. Ni Barbie. Además por aquel entonces ya los utilizaba para que se dieran besos de tornillo, pero me cansaban pronto. Mi imaginación infantil estaba desapareciendo (triste y extraño momento en la vida de una persona), ya no sabía jugar mucho tiempo con ellos.
Pero Lucas, yo siempre te quise a ti. Aunque nunca llegaras a mis manitas, para pagar las facturas.
Mi madre disfrutaba viendo cómo jugaba con mi Nancy, hasta unos días antes de mi noveno cumpleaños, cuando dije:
- Mamá, quiero a Lucas para mi cumpleaños.
- ¿A Lucas? Pero… ¿para qué quieres a Lucas? Si no puedes peinarle, ni ponerle vestidos, ni nada, ¿para qué quieres a Lucas?
Yo sólo quería a Lucas para que pagara las facturas de Nancy, para que la acompañara al cine, para que le regalara flores…esas cosas que se suponía que hacían los novios. Si mi madre le preguntara a una niña de 9 años ahora que para qué quiere a Lucas y después le regalara toda la colección de muñecas Nancy del mercado seguro que la niña le decía un día “Mamá, ya no quiero a Lucas, Nancy se ha hecho lesbiana”. Pero yo no. Yo sólo quería a Lucas.
Mi madre pertenece a aquella generación de mujeres que pasaron de sobrellevar una juventud opresiva; donde información sexual era libertinaje, estudio privilegio y la Santa Madre Iglesia un pilar básico, a sobrellevar como mejor supieron el despegue social de sus hijas; sin saber muy bien hasta dónde ni cómo informarles, hasta dónde permitir, hasta dónde preguntar. Por eso no estaba dispuesta a poner en manos de su hija de 9 años al supuesto novio de su muñeca preferida. Ni hablar. Nancy y punto.
Así que me pasé 2 años pidiendo a Lucas; para mi cumpleaños, para Reyes, para Papá Noel…y terminé con la Nancy Cumpleaños Feliz, la Nancy Oriental, la Nancy Negra…todas las Nancy, menos Lucas.
Un tiempo después llegó Barbie. A mi personalmente no me hizo mucha gracia; muy tetuda, con pinta de repipi, las piernas torneadas, bronceada, rubia platino… yo prefería a Nancy. Pero claro, había que estar a la última. Así que pedí una Barbie.
Por aquel entonces ya empezaba a desarrollar una sutil astucia femenina, que me llevó a mirar de soslayo la estantería de Ken. Como quien no quiere. Pero yo sólo pensaba cómo vengar la falta de Lucas. Así que un día, decidí camelarme a mi tía, a espaldas de mi madre. Le puse ojitos, le acaricié el pelo, ronroneé… y salí de la tienda con Ken entre mis dedos…la justa venganza.
Mi madre comprendió que su hija había crecido. Sus habilidades para la manipulación, soborno, extorsión y artimañas a la espalda se estaban preparando para la supervivencia en la vida.
Ken no me gustaba. Ni Barbie. Además por aquel entonces ya los utilizaba para que se dieran besos de tornillo, pero me cansaban pronto. Mi imaginación infantil estaba desapareciendo (triste y extraño momento en la vida de una persona), ya no sabía jugar mucho tiempo con ellos.
Pero Lucas, yo siempre te quise a ti. Aunque nunca llegaras a mis manitas, para pagar las facturas.