Cuanto más grande me hago más veces me planteo diferencias esenciales; conceptos universales con planteamiento individual. Vida, trabajo, ocio, esfuerzo, comunicación...
He trabajado en más de 5 y en menos de 10 entidades. Desde la multinacional hasta la micropyme, siguiendo el trazado inconexo que se obtiene por la suma de uno y sus circunstancias.
En un ejercicio puro de introspección, he analizado las decisiones que hasta ahora he tomado en esa parte de mi trayectoria vital de un modo sobresaliente y las he contrapuesto con aquellas tomadas de un modo muy deficiente, obteniendo como resultado un precario empate. Equivocarse es casi tan sencillo como acertar. Así no llego a ninguna parte, me he dicho…
Examinándome como instrumento productivo me encuentro en un momento apetitoso, por aptitudes y por actitudes. Eso no es garantía de nada, por supuesto. Me sigo equivocando como una colegiala, pero he aprendido a levantarme sin quejarme.
Algunas veces me pregunto cómo se ven las cosas desde arriba; siempre he trabajado en la amplia base de la pirámide productiva, en el lugar donde también vivimos los anónimos idealistas. Yo desde ahí abajo veo algunas cosas injustas y otras mejorables y me pregunto si las personas que han llegado a un cargo desde el que podrían hacer algo también las ven. O si es que uno se despista, pierde cualquier ideal por el camino, se acomoda y olvida el valor del esfuerzo y la honestidad.
O tal vez es que todos los seres humanos acostumbramos a mirar hacia arriba buscando objetivos, culpables, héroes o villanos. Olvidando que uno mismo puede ser guía, destino y pionero. Y que esta sociedad y este tiempo no lo forman los que pasarán a los libros de historia con nombre y apellidos. Lo formas tú y lo formo yo. Lo formamos todas esas personas que en silencio hacemos todo lo posible por ser, cada día, un poquito felices y un poquito mejores.