He perdido la cuarta parte de mi juicio propio. De mi mayoría de edad. De mi madurez. Y duele. Joder si duele. Duele cuando te lo arrancan y duele después, cuando tienes que reponerte.
Duele como cuando pierdes algo intrínsecamente tuyo. Como esas cosas que no te das cuenta de que las tienes hasta que ya no las tienes y entonces es cuando duelen. Y el cuerpo se inflama en señal de duelo y te martiriza el socavón que deja la ausencia y se tensan los puntos que intentan cerrar la herida y puedes degustar el sabor amargo de tu propia sangre.
A merced de las señales de duelo de tu cuerpo. Y de la fortaleza de tu mente. No me siento menos cuerda, ni rejuvenecida. Sólo dolorida y un poco rabiosa.
En la sala esterilizada dijo cuatro el autor, tras el trapo blanco que cubría su boca rosa, tras las gafas marrones que cubrían sus ojos verdes. Lee dos en el informe, recomendación de la auditoría dental. Una, pronunciaron mis labios, decidió mi consciencia. Y esta boca es mía. Agradezco ahora mi cobardía bucal.
Y el ratoncito Pérez ni ha aparecido ni nada. A ver si también le han chivao los Reyes Magos que mi madre va diciendo que soy mayor para esas cosas!