27 julio, 2008

Chambao

Sucumbí al encanto de su voz de ola encallada entre arrecifes. A su sonrisa de optimista informada. A su mirada de fuerza y valor.

Nunca la había visto y no me defraudó. La Mari sonó como esperaba. Habló a su público como si fuera un sólo ser. Un amigo.

Transmite. Sin regodeo. Sin esfuerzo. Tiene ese duende.

Mereció la pena la espera.

La serenidad y el buen rollo de su directo no caben entre las líneas de un CD.

03 julio, 2008

Efervescente.


La desnudez y el deseo son términos que se solapan y se implican. A lo largo de nuestra vida. ¿El deseo provoca la desnudez o la desnudez el deseo? No nos quedemos sólo en lo corpóreo. La desnudez etérea puede llamar todavía con mayor afán al deseo.

Falta en el cóctel el mejor ingrediente: el misterio.

El misterio produce en el deseo un efecto efervescente, como una aspirina (el misterio) en agua (el deseo). Y de la reacción surge la desnudez. El misterio se agrieta y se disuelve en deseo, se entremezclan y confunden, pero ninguno de los componentes desaparece. La desnudez se bebe. Se bebe con prisas o en sorbos pequeñitos. Se bebe con sabor a naranja, a limón, a resaca o a alivio. Deja un sabor en las papilas, amargo o dulce. Cubre una necesidad etérea. Una necesidad del espíritu que provoca una reacción física. Una reacción física que desemboca en otra reacción física. Y ambas reconfortan el alma.

Somos seres físicos. Animales. Instintivos. Primorosamente revestidos de capacidades intelectuales y emocionales. Somos todo y nada. Podemos revestir los instintos primitivos igual que podemos pintarnos las uñas, que no son sino garras. Pero, en el fondo, todos sabemos que no somos más que seres humanos. Imperfectos y a menudo precarios en contraposición a nuestros anhelos.


Un lugar: Madagascar.
Un deseo: El deseo.
Una canción: Creep (Radiohead)