Sucumbí al encanto de su voz de ola encallada entre arrecifes. A su sonrisa de optimista informada. A su mirada de fuerza y valor.
Nunca la había visto y no me defraudó. La Mari sonó como esperaba. Habló a su público como si fuera un sólo ser. Un amigo.
Transmite. Sin regodeo. Sin esfuerzo. Tiene ese duende.
Mereció la pena la espera.
La serenidad y el buen rollo de su directo no caben entre las líneas de un CD.