El pasado viernes había unas chiquillas del Norte peladas de frío en la estación de San Sebastián. Yo entre ellas. Como os lo cuento.
También estaba MangaRayban, a la que le encantó San Sebastián porque ahí es que no se suda una gota (que ella es muy de acalorarse y de ponerse a ronchas). Al resto nos parecía excesivo el fresco, pero todo sea por celebrar que hace muchos años nos tocó la china y compartir su alegría por un inminente casamiento.
Noche de tapas y cubatas. Día de destemple y sueño. La vida, algunas veces, resulta casi justa. Y es que la noche se nos va de las manos, no sé cómo lo hacemos. El cansancio se evapora al segundo cubata y acabamos cantándole a María Cristina en la puerta de cualquier garito.
Empanadillas, sois como esponjas. Arnette tirando huesos en vez de ramos; ¿Qué harán aquí unos de Huesca con pelucas?. Rayban, la ocupa perdida en nuestra habitación. La artista de nuestras manualidades, que se da al alcohol y se pone a cantar como loca. Y qué decir de nuestra tesorera, que no pierde las cuentas ni aunque sean las 6 de la mañana. Y la mejor sorpresa que pudimos encontrar para Olesamiss; que subió al tren en mitad del recorrido y nos alegró dos días con su compañía.
La gente encantadora, la comida encantadora, la Concha encantadora… con precios que valoran tanto encanto al alza y hacen que el monedero no pare de parir billetes. Pero eso es otro tema.
Y una noche en la que cansamos a MangaRayban. Y eso no pasa todos los días. Así estaba yo al día siguiente; que no sabía si andaba o volaba.
Una experiencia para repetir en la misma compañía, a poder ser aumentada por las paridoras y alguna otra empanadilla físicamente ausente pero todas, en espíritu y brindis presentes.
Si no existiérais tendría que inventaros.