04 junio, 2010

Te debo un post.


Nunca he podido comprender que a alguien no le gusten los regalos (y conozco más de una de esas extrañas criaturas). El primer intento que mi mente rumiante hizo para encontrar una explicación a ese comportamiento fue infructuoso; sólo llegué a refrendar una conclusión (que ya había obtenido por la suma de otros comportamientos): Son diferentes. Se les pueden dar abrazos, besos, explicaciones, ánimos, cartas…pero nada material.

El segundo intento me llevó a una reflexión más intensa y a una conclusión más profunda: Hay personas que son un regalo en sí mismas e intentar regalarles algo es como ir a un espectáculo de fuegos artificiales con una bengala. Pero mi segunda reflexión cojeaba; porque era evidente que la relación entre el que a una persona no le gusten los regalos materiales y que una persona pudiera ser un regalo de la vida no mantenían una correspondencia unívoca.

Así que aún inicie un tercer intento, que resultó el más cercano a los casos estudiados, concluyendo que el regalo más bonito que podemos hacernos es inmaterial, escaso e irreemplazable: El tiempo.
Cuando encontramos a una persona con la que compartir nuestro tiempo nos hace crecer, comprender, soñar, reír o pensar debemos hacer lo posible por conservarla. Y por tenerla cerca el máximo número de minutos posible en nuestra imparable carrera sin destino.

Espero que mi compañía sea, al menos alguna vez, salida, refugio, entusiasmo, cariño, vida para esas personas que tanto aportan, tanto entregan, tanto ayudan. La gratitud y la cercanía intentan ser mi regalo de cumpleaños. Al menos por este año.

17 mayo, 2010

Obras.


Cuanto más grande me hago más veces me planteo diferencias esenciales; conceptos universales con planteamiento individual. Vida, trabajo, ocio, esfuerzo, comunicación...

He trabajado en más de 5 y en menos de 10 entidades. Desde la multinacional hasta la micropyme, siguiendo el trazado inconexo que se obtiene por la suma de uno y sus circunstancias.

En un ejercicio puro de introspección, he analizado las decisiones que hasta ahora he tomado en esa parte de mi trayectoria vital de un modo sobresaliente y las he contrapuesto con aquellas tomadas de un modo muy deficiente, obteniendo como resultado un precario empate. Equivocarse es casi tan sencillo como acertar. Así no llego a ninguna parte, me he dicho…

Examinándome como instrumento productivo me encuentro en un momento apetitoso, por aptitudes y por actitudes. Eso no es garantía de nada, por supuesto. Me sigo equivocando como una colegiala, pero he aprendido a levantarme sin quejarme.

Algunas veces me pregunto cómo se ven las cosas desde arriba; siempre he trabajado en la amplia base de la pirámide productiva, en el lugar donde también vivimos los anónimos idealistas. Yo desde ahí abajo veo algunas cosas injustas y otras mejorables y me pregunto si las personas que han llegado a un cargo desde el que podrían hacer algo también las ven. O si es que uno se despista, pierde cualquier ideal por el camino, se acomoda y olvida el valor del esfuerzo y la honestidad.

O tal vez es que todos los seres humanos acostumbramos a mirar hacia arriba buscando objetivos, culpables, héroes o villanos. Olvidando que uno mismo puede ser guía, destino y pionero. Y que esta sociedad y este tiempo no lo forman los que pasarán a los libros de historia con nombre y apellidos. Lo formas tú y lo formo yo. Lo formamos todas esas personas que en silencio hacemos todo lo posible por ser, cada día, un poquito felices y un poquito mejores.