La casa de Fernanda Calma (I).
Parecía un ángel.
Fernanda caminaba hacia el altar, su pelo rubio infinito cayendo sobre un vestido blanco que dejaba al descubierto sus clavículas, su cuello delgado, sus hombros estrechos. El andar tranquilo de una Reina y esos inmensos ojos azules que hipnotizaban.
Virgilio Pazos esperaba junto al altar, con la mansedumbre de una oveja. Sus ojos oscuros extasiados en la contemplación de esa diosa que le había elegido a él entre cientos. La boca seca, las manos entrelazadas y sudorosas. Incapaz de asimilar el orgullo y la responsabilidad de despertar todos los días de su vida junto a la diosa. Su desesperada entrega, dispuesta a satisfacer los incontables deseos de su musa de artistas.
******************
Treinta años después Virgilio debía recordar ese momento de César a las puertas de Roma para seguir adelante. Agotado, extenuado, desprovisto ya del más mínimo orgullo y de la mínima porción de si mismo. Sólo le quedaba su eterna lealtad a la diosa, su entrega febril y enfermiza a la Mantis Religiosa que no tenía fondo ni piedad.
Tres hijas; Mª Mercedes y Rebeca, brillando con la luz de Fernanda, tan altivas y caprichosas como ella y su única creación; Amaranta. La brisa fresca en ese mundo de reinas sin corona. La satírica y rebelde Amaranta.
Virgilio pensaba todo esto mientras sostenía su copa de whisky, en la biblioteca de su mansión, a la espera de la llegada de los 150 invitados que testimoniarían el compromiso matrimonial de su hija Rebeca con Oliverio, hijo del marqués de Cornuelles (título perfecto para definir la aparentemente envidiable vida conyugal de su portador, infeliz bufón de esa clase aristocrática adicta a los chismes de salón, donde toda noticia indiscreta e indecorosa corría como la pólvora sin llegar nunca a oídos de su protagonista).
El ruido de la puerta corredera sacó a Virgilio de sus reflexiones. Fernanda apareció en el umbral:
- Los invitados empiezan a llegar, debemos bajar a recibirlos. Por una vez te ruego que te comportes como el Marqués de Bisbal que eres y no como uno de tus criados. Y haz el favor de anudarte bien la corbata.
- Bajemos.
En el Hall de entrada a la mansión estaban ya sus dos hijas solteras, Rebeca y Amaranta y por la puerta entraba Mª de las Mercedes con Ruberto Javier, su marido y lacayo, al servicio de su insoportable primogénita y su hijo de dos años, Frodo.
La casa estaba envuelta en el tumulto de las grandes ocasiones; el trajín del personal de servicio de la casa era frenético, se oían los motores de los coches aparcando en el exterior y el ruido de la orquesta probando los instrumentos en el majestuoso salón.
Virgilio comenzó a sudar, Amaranta sonreía distraída, Rebeca permanecía inalterable junto a Mª de las Mercedes y el pequeño Frodo, Ruperto miraba de soslayo el culo de las criadas que pasaban de un lado a otro sin parar y Fernanda observaba a todos y apretaba los puños, rezando porque esa noche nada se estropeara.
…Continuará…tú decides cómo…
A.- Amaranta escapa con un músico de la orquesta del que se enamora instantánea y ciegamente.
B.- Ruperto Javier se emborracha y confiesa ser amante de Rebeca.
C.- Virgilio decide marcharse de la casa para rehacer su vida.
D.- Fernanda obliga a Oliverio a confesarle a su padre que es un cornudo para demostrar el amor que siente por Rebeca.