Cuando ven que no lo consiguen, que siguen pegados a la silla, mirando la misma pantalla, buscando soluciones que no les interesan, recurren a la tortura del general. Pequeñas agujas que van clavando en la sien, en la nuca, en la espina dorsal…
Mis soldados castigan al general, consentidos como son, placenteros y risueños. No se dan cuenta que el general necesita trabajar para mimarlos.
El general envejece cuando tiene que decirles que se acabaron las vacaciones, que no fueron tan cortas, que tampoco están tan mal, que todo es muy caro y no tienen dónde caerse muertos, que todo irá mejor, que Navidad está a la vuelta de la esquina, que fíjate cómo está Grecia, y el futuro, y el porvenir …
Y ellos se limitan a recordarle al general que está perdiendo el tiempo, que no merece la pena, que existen muchas formas de vivir y que él es tan cafre que no ve más allá de sus narices…
Y en medio estoy yo como consciencia metafísica de las corrientes filosóficas que pelean en mi interior. Yo como delimitación absurda de un montón de soldados y un general. Sin saber muy bien cuál de ellos es más yo que el resto.
Ya ves, cada uno lleva Septiembre como puede…