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El olfato consiguió iniciar la impredecible maquinaria del recuerdo. Cerré los ojos y pude verte entre fogones. Cocinando a fuego lento. Revolviendo y mezclando. Cuando las apunté con la cuchara, mi boca era un sumidero de babas. Acabé el plato y pedí otro.
Desde que llegué a Madrid voy al mismo restaurante, me sirven las lentejas y dejan el puchero en la mesa. Es un ritual. Me alimento de nostalgia. Y, cuando al fin me vacuno contra el olvido, dejo de comer y sonrío. Y ellos esperan satisfechos mi sentencia: “Estas lentejas, saben a madre.”
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