La batalla la ganó el olvido.
La guerra no. La guerra la ganas tú. Cada día. La lucho yo, junto a un puñado de gente, que todavía podemos recordar. Recordarte a tí. El olvido se amedrenta entonces, porque somos más, somos fuertes y luchamos sin tregua. Nos mira con desprecio, esperando su turno. Pero ahora no. Ahora se da cuenta que nunca ha podido borrarte. El amor le ganó también esta guerra.
El olvido, que tanto dolor nos regaló. Tanta nostalgia sin despedida, tantas miradas vacías. Y aquellos ojos, el destello del miedo, el frío, la fingida calma.
Y vuelta a luchar, ahora intentando encontrar un olvido amigo, pasajero, sutil, superfluo. Pero el olvido no es sutil, ni amigo. Yo lo sé. Y decido que tampoco quiero olvidar lo malo. Sólo lo recubro, con tu ironía, con tu mano, con tus palabras. Lo recubro de tí. Y entonces puedo dormir. A tu lado, ahora, que sé que puedes otra vez entenderme.
Al final tú eres yo. Y yo no me puedo explicar sin tí.