Vitaminas, por favor.

Hay sonrisas vitamínicas. Como los rayos de sol.

Si en los países nórdicos fletan viajes a latitudes más soleadas para recargar energía y recuperar las almas castigadas, en los países soleados deberíamos tener garantizada la visita, una vez a la semana, de una de esas persona que aportan vitaminas sólo con su sonrisa. Deberían tener prohibido enfadarse. Deberían tener prohibido estar tristes, o lejos, o encerrarse, o dar portazos, o ignorarte.

Igual que existen los cazatalentos o los cazamariposas deberían existir los cazasonrisas.

Al hilo de todo esto, me vienen a la cabeza dos caras, totalmente desconocidas, con las que me he cruzado tan solo una vez en mi vida. Una fué en un tren y otra por la calle; señores mayores con ojos de niño. Personas en las que las arrugas de su piel no corresponden con el brillo y la expresión de sus ojos. Soy bastante aficionada a la observación humana, y me llamaron extrañamente la atención.

Conforme las personas se hacen más mayores sus ojos van tomando un aspecto cada vez más triste, perdido, cansado, enfadado, defraudado, melancólico... En cambio esos ojos desprendían ganas de vivir. Cuando se dieron cuenta de que estaba mirándoles (ya que su magnetismo me llevó a detenerme más de lo socialmente convenido en su observación) me sonrieron, en ambas ocasiones. Y esa niña que siempre me acompaña, escondida dentro de este cuerpo de mujercilla, se quedó con las ganas de preguntarles: ¿Eres un ángel?. Y ella también me hizo sonreir.

Y esas sonrisas más próximas, más deseadas, más reales, también se extrañan y son un regalo en Septiembre, cuando el sol se esconde antes de lo necesario.

Un lugar: Mi sonrisa.

Un deseo: Tu sonrisa.

Una canción: Baby love. (Supreme & Diana Ross)