04 junio, 2010

Te debo un post.


Nunca he podido comprender que a alguien no le gusten los regalos (y conozco más de una de esas extrañas criaturas). El primer intento que mi mente rumiante hizo para encontrar una explicación a ese comportamiento fue infructuoso; sólo llegué a refrendar una conclusión (que ya había obtenido por la suma de otros comportamientos): Son diferentes. Se les pueden dar abrazos, besos, explicaciones, ánimos, cartas…pero nada material.

El segundo intento me llevó a una reflexión más intensa y a una conclusión más profunda: Hay personas que son un regalo en sí mismas e intentar regalarles algo es como ir a un espectáculo de fuegos artificiales con una bengala. Pero mi segunda reflexión cojeaba; porque era evidente que la relación entre el que a una persona no le gusten los regalos materiales y que una persona pudiera ser un regalo de la vida no mantenían una correspondencia unívoca.

Así que aún inicie un tercer intento, que resultó el más cercano a los casos estudiados, concluyendo que el regalo más bonito que podemos hacernos es inmaterial, escaso e irreemplazable: El tiempo.
Cuando encontramos a una persona con la que compartir nuestro tiempo nos hace crecer, comprender, soñar, reír o pensar debemos hacer lo posible por conservarla. Y por tenerla cerca el máximo número de minutos posible en nuestra imparable carrera sin destino.

Espero que mi compañía sea, al menos alguna vez, salida, refugio, entusiasmo, cariño, vida para esas personas que tanto aportan, tanto entregan, tanto ayudan. La gratitud y la cercanía intentan ser mi regalo de cumpleaños. Al menos por este año.